lunes, 12 de enero de 2009

UN CAFECITO?...

El reloj ya marca 0:00. A oscuras y solo en su celda, ahora tiene la seguridad de que pasará con su vida durante los siguientes 3 días. Vaga idea de destino. Como todos los jueves comenzaba la dieta forzada de tres días, ni un solo vaso de agua...nada!
Los guardias también saben lo que tienen que hacer, no enviarle nada de comida al prisionero hasta el domingo en la tarde. Pero no son del todo desalmados, una vez llegue la tarde del domingo, como lo han hecho con todos los prisioneros, uno de los guardias se acerca a la celda y muy despacio: "¿Te lo compraré un jarro de café con unas marraquetitas?, los jefes no van a volver hasta la noche."
El preso muy débil pero ansiosamente respondía: "Hermanito solo tengo cinco pesos, si falta me lo pones, yo te lo voy a pagar cuando salga libre."
El guardia se perdía unas dos horas, pero volvía con un jarrón grande de café caliente y una marraqueta crocante.
Sin piedad, el jarrón y la maraqueta no duraban ni cinco minutos, era un banquete de reyes. "Jefecito páseme el jarrón, tengo que colocarlo en su lugar para que no se den cuenta que te he ayudado". El preso entendía que el guardia no era su enemigo, el enemigo era otro mounstro más grande, por eso sentía un eterno agradecimiento por aquel soldadito que se apiadó de él, pero para mantener la formalidad de la guerra no le dijo cuanto apreciaba y que nunca olvidaría el noble gesto, calladamente devolvía el jarrón y caminaba vagamente hacia su cama.
Intentando alcanzar el sueño, el prisionero tenía la mirada perdida en el techo, cuando estaba a punto de pegar los párpados, escucha un ruido bajo la cama. Es una respiración entrecortada y profunda, siente como el miedo nubla su razón. Sin luz, ni nada, intenta manotear bajo la cama, y siente que algo sale corriendo de ahí y se sienta en una esquina de la celda, justo ahí caía una tenue luz de la luna, donde se formó una silueta de la cual salía esa extraña respiración. Sin razón alguna, el preso empieza a llorar, y ve como la silueta al escuchar su llanto se levanta y empieza a caminar hacia la cama. Con gritos desesperados, el prisionero, intenta alejar a la criatura que se acercaba, al igual que el olor a podrido que amanba de su aliento.
Tenia el pelo largo y sucio, la piel muy blanca y brillosa como el estómago de una ballena, la boca deformada, con delgados labios negros, le colgaba, la nariz era reemplazada por dos pequeños puntos en el medio de la cara, los ojos rojos y en medio un punto blanco, su cuerpo era deforme, tenía una joroba, estaba lleno de excremento y sudor. La criatura se acerca al rostro del prisionero y lanza un grito tan agudo que el prisionero piensa que se le reventaron los tímpanos.
Con ojos hinchados de tanto llorar, el prisionero grita por ayuda y empieza a golpear con los ojos cerrados el rostro de la criatura. Pero se da cuenta que del techo caían monos rabiosos que empezaron a morder su rostro y a golpear su pecho.
Los guardias alertados entran rápidamente a la celda, el soldado que le había entregado el pan y el café da la orden: "dispárenle al rojo de mierda!!". Uno de los más certeros le pega un tiro en la cabeza al prisionero, quien estaba recostado en su cama llorando y botando espuma por la boca, con los ojos blanqueados. Él pasó los últimos momentos de su vida atormentado por sus pesadillas. El soldadito con voz fría dice: "misión cumplida".
Este era el método que utilizaban en la dictadura para eliminar a los líderes opositores al régimen. Los tenían sin comer durante tres días, pasado ese tiempo uno de los guardias fingía brindarle su ayuda, le ofrecía pan con "café drogado", este terminaba quebrantando el sistema nervioso del prisionero, y dependiendo de su estado se tomaba la decisión de dispararle o dejarlo morir en la celda.

(relato inspirado en las experiencias de Filemón Escobar en su libro: "De la revolución al Pachakuti".)

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